El Covid-19 y un futuro distante que se hizo presente



Joaquín Castro


La pandemia de Covid-19 ha hecho algo que pocos eventos hacen, y no se trata de cambiar radicalmente el mundo, se trata de crear la impresión de que el mundo ha cambiado a consecuencia única de su acontecer. Son pocos los sucesos que provocan dicha apariencia, que causan ese asombro, que capturan la imaginación colectiva de tal forma.

Lentas transformaciones que se encontraban en proceso de desarrollo ahora se atribuyen al coronavirus. La automatización, la ausencia de contacto directo entre humanos, la decadencia de algunos Estados dominantes en el sistema económico y político global. Pero todo esto ya se encontraba en gestación: la pandemia lo ha hecho visible, ha vertido luz sobre ello.

Uno de estos es la creciente separación entre clases sociales en contextos cotidianos. La automatización de múltiples trabajos trae consigo mayores ganancias para las empresas, pero, al mismo tiempo, la desaparición de los ya pocos espacios sociales donde personas de diferentes trasfondos socioeconómicos interactuaban y se podían entremezclar.

A partir de la pandemia de SARS-CoV-2, la aplicación Meituan, que se dedica a la entrega de pedidos de comida y otros productos, ha impulsado formas de entrega sin contacto, principalmente, por medio de vehículos autónomos. De igual forma ha crecido la empresa de entregas a domicilio con vehículos autónomos Starship Technologies, mientras que la compañía de comercio electrónico JD.com ha comenzado a realizar sus entregas de productos por medio de drones.

Sin embargo, el alejamiento entre proveedores de servicios y consumidores ya se comenzaba a escenificar antes de la pandemia global. La cadena de supermercados Sainsbury abrió su primera tienda sin cajeros en abril del 2019, mientras que Amazon abrió su primera tienda con cajeros automáticos para supermercados (o “autopago”) previo a la pandemia.

Nicholas Agar quien escribió sobre estos procesos antes del coronavirus se preguntaba en 2019 “¿si eliminamos todas estas posiciones, qué ocasiones tendremos para interactuar con otros diferentes a nosotros?” y “¿cómo formaremos conexiones sociales y desarrollaremos empatía en una economía donde maestros, baristas, choferes y los empleados de almacén se hayan convertidos en máquinas altamente eficientes?”.

Las similitudes entre esta nueva división tecnológicamente fundamentada de grupos sociales (no por diseño sino casi por accidente, como consecuencia del incesante ímpetu por la rapidez y el beneficio) y el mundo dividido en clases y estamentos del medioevo, con cada grupo restringido a su lugar, es simplemente demasiado grande para obviarla. Acaso ¿el mayor contacto social que fue posible durante el capitalismo está en proceso de desaparecer? Una especie de feudalismo moderno estaría en proceso de materializarse, esta vez hecho posible por mano de la tecnología y provocado por los propios imperativos de maximización de la ganancia inherentes al sistema capitalista. Un feudalismo doblemente producido por el capitalismo. Esto en lo que concierne al contacto entre clases, y ¿qué hay con respecto a la movilidad social?

Este es un segundo punto donde un proceso en apariencia generado por el Covid tiene raíces bastante más profundas. Joel Kotkin, autor del libro La llegada del Neofeudalismo, asevera que el Covid-19 ha implicado el advenimiento de un sistema muy similar al feudal: “Como en la Edad Media algunas clases han emergido más fuertes de la pandemia”, se trata de un neofeudalismo que “está repitiendo el tipo de sociedad que existía en tiempos medievales, caracterizada por una movilidad social en declive y mayores concentraciones de poder”.

El término “neofeudalismo” ya fue usado por Immanuel Wallerstein, quien consideró que “un mundo de soberanías parceladas, de regiones considerablemente más autárquicas, de jerarquías locales” era un posible sucesor del capitalismo, a su vez otra opción era “una división tipo casta del mundo”.

Con el arribo del Covid-19 se ha hecho eco de la idea de que nos encontramos ante el nacimiento de un nuevo feudalismo. Edoardo Campanella sostiene que, a diferencia de la peste negra que tuvo lugar en Europa en 1347, el coronavirus no creará sociedades más iguales sino más desiguales. Describe que en el primer caso el 10% más rico de la sociedad dejó de poseer el 20% de la riqueza, en esta ocasión los billonarios han acrecentado sus fortunas al menos en 20%. Asimismo, señala que el cierre de la economía ha dañado más a los empleados menos favorecidos, el distanciamiento social ha impedido su recuperación y creado una sobreoferta que baja los precios de su mano de obra.

La movilidad social será más difícil en un mundo como el que plantea Campanella, pero una vez más, la situación social imperante ya se dirigía hacia ese punto antes de que el virus azotara el mundo. Yanis Varoufakis utiliza el término “tecnofeudalismo” para describir un sistema diferente del capitalismo. De acuerdo con este economista griego, a partir de la crisis financiera de 2008 un cambio radical tuvo lugar: la ganancia privada dejó de ser el principal motor de la economía, siendo sustituida por la producción de dinero por parte de los bancos centrales; aunado a ello, la extracción de valor dejó de hacerse a través de los mercados, ahora tiene lugar en “plataformas digitales, como Facebook y Amazon, que ya no operan como firmas oligopólicas sino como feudos o haciendas privadas”. De ser así, se estaría desechando completamente uno de los imperativos principales del capitalismo, la perpetua búsqueda de mayor productividad y ganancia.

Los feudos digitales no son relevantes únicamente por ser propiedades únicas e indiscutibles, sino porque su capital (que es la información de los usuarios) es producido gratuitamente por todos nosotros. La pandemia no provocó estos cambios, empero, en cierta medida, los aceleró. Kotkin considera que una escasa movilidad social y una mayor concentración de la riqueza son aspectos que se han ido acrecentando desde la década de 1970; a su vez, sostiene que la propagación global del virus solo ha acelerado el camino hacia el nuevo feudalismo.

La propia relación de las empresas con sus empleados y con las comunidades donde viven se vuelve más feudal, esto es, la división entre el poder económico privado y el poder político público se desdibuja, ambos mundos vuelven a entremezclarse como en otras edades de la humanidad. Las empresas comienzan a introducirse en la sociedad con mayor profundidad. Este es un tercer punto de cambio que el coronavirus no generó, pero que sí impulsó en los titulares de los medios impresos y digitales.

The Great Reset fue el tema principal del Foro Económico Mundial, en 2020; el libro homónimo fue escrito por el fundador del foro, el alemán Kalus Schwab, igualmente en 2020, y por el francés Thierry Mallaret. El texto versa sobre la reconfiguración de economía y la sociedad después de la pandemia y supone que existirán más colaboraciones entre empresas y gobierno, involucrando más a estas en ámbitos fuera de la producción.

Las líneas entre lo privado y el trabajo ya se habían comenzado a borrar con la llegada de la moda “resimercial” o adaptar el centro de trabajo para que se asemeje al hogar, una tendencia en oficinas presente en Estados Unidos y otros Estados desde la década pasada. El trabajo en línea desde el hogar ha vuelto ubicua esa mezcla de esferas, dejando menos claras las líneas que las dividen y haciendo evidente la tendencia.

Lo anterior lleva al siguiente punto, el aislamiento que la pandemia ha provocado en la vida de gran parte del mundo. Esta deriva tiene su raíz en un proceso previo y mucho más gradual. La convivencia grupal entre seres humanos, tan característica de las etapas tempranas de nuestra especie ha ido perdiendo fuerza con el paso de los milenios de forma muy paulatina: desde formas de organización como la tribu se pasó hacia la familia extendida; luego, la nuclear, hasta la presente atomización individual.

La segregación tecnológica es una de dos separaciones importantes: la primera entre grupos, la segunda dentro de estos. El trabajo y la escuela en línea son el resultado último de la atomización de las comunidades humanas. Si Ferdinand Tönnies hablaba de Gemeinschaft y Gessselchaft para referirse a dos puntos generales en los que las sociedades interactúan, el primero caracterizado por sociedades con interacciones más directas y el segundo por relaciones más lejanas, actualmente la interacción es aún menos directa, mucho más abstracta.

En Japón, el fenómeno de Hikikomori es la expresión más evidente de que el aislamiento en individuos de las comunidades precede a la pandemia. Se trata de hombres que viven únicamente en sus cuartos, sin interactuar con ningún otro ser humano, pidiendo comida a domicilio y trabajando desde el hogar. Desde mediados de la década pasada comportamientos muy similares a los de los Hikikomori han sido detectados en España y el resto de Europa. La pandemia de coronavirus ha hecho de todos Hikikomori, pero no es algo que surja de ésta, más bien le cataliza, le adelanta, no le produce.

Por último, el coronavirus parece ser una causa de gran importancia detrás del menguante predominio global de los Estados Unidos de América. El virus como catalizador del fin del hegemón global parecería tener peso literario: el poder político más grande del mundo derrotado por un organismo microscópico, no por otro Estado o por una ideología extranjera de las que parecieron amenazar su existencia o fortaleza, ni siquiera por las guerras sin fin de los pasados 20 años, sino por algo que ni siquiera es posible ver. Lo cierto es que este también ha sido un largo proceso, imperceptible a simple vista, justo como el virus, hasta que precisamente éste lo hizo diáfano.

Todos los cambios que aparentemente provocó la pandemia se nos revelan como procesos que se adelantaron, que nos vinieron como heraldo del futuro al mismo tiempo que como realización del mismo. No nos hubiera tocado verlos con la edad que tenemos ahora o en la forma en que ahora acontecen, pero los procesos ya estaban en marcha. Estos son: 1) La separación social de grupos fundamentada en la existencia de tecnología, llamada por Agar segregación tecnológica, 2) una mayor distancia, en términos de ingresos, y menor posibilidad de traspasar el escalón jerárquico en el que se encuentra la persona (mencionado por Kotkin), 3) así como el cambio de imperativos del capitalismo por otros distintos y un diferente método de creación de riqueza de los que habla Varoufakis con el tecnofeudalismo y, por último, la individuación extrema.

En conclusión, la presente pandemia no es la causa del final de una era y el comienzo de otra: adelanta en cierta medida procesos que ya se encontraban en marcha, al catalizarlos les da una forma específica, sin duda alguna nuestro contexto social, económico y geopolítico está llegando a su fin. A manos de la segregación tecnológica, la transformación del sistema capitalista en algo totalmente nuevo (pero semejante al feudalismo), la hiperatomización de los individuos, el fin del que tal vez haya sido el orden global más ordenado y reglamentado durante la Pax Americana, y, finalmente, el cambio climático, el mundo que conocemos está a punto de desaparecer y al mismo tiempo de no cambiar en el fondo: es ese persistente eterno retorno.









Ilustración: Valo Guzmán

Joaquín Castro.