Las mujeres en reclusión



Mariluz Sánchez Méndez


El factor común de las historias de mujeres en prisión es que ellas participan en el delito como cómplices y no como autoras intelectuales (por ejemplo, son motivadas por la necesidad económica o, incluso, por dependencia emocional). Desafortunadamente, después de ser internadas, la mayoría son abandonadas por sus familias ─algunas optan por iniciar una relación de pareja con sus compañeras de reclusión, o, en otros casos, se embarazan de trabajadores de la institución penitenciaria.

Hay una infinidad de casos en donde por encubrir a la familia, más de una mujer se encuentra cumpliendo sentencias largas. Esto se explica por aspectos culturales que influyen en la conducta individual: México es uno de los países donde más se valora la figura familiar, por lo que protegerla a toda costa se toma como un imperativo, sin importar la congruencia de la misma. Ergo: la “moral” y el deber de ser una "buena mujer" ante la sociedad, precipitan a las mujeres a la prisión.

Otras son obligadas a delinquir. Las mujeres en reclusión extranjeras, en nuestro país, en su mayoría se encuentran por delitos contra la salud. Son denominadas como “las aguacateras”, quienes transportan droga en el interior del cuerpo (son obligadas a introducirse en la vagina, ano o estómago las drogas) a cambio de un pago muy bajo, con lo cual no solo enfrentan el alto riesgo de perder la libertad, sino también la vida.

Más complicado aún: muchas mujeres experimentan la maternidad en reclusión; son protegidas y atendidas durante el embarazo, y se les designa un área en especial donde pueden convivir con sus hijos. Pero el tiempo es breve. De acuerdo a la Ley de Ejecución Penal, solo pueden permanecer 3 años con ellos. Al concluir tal periodo, la suerte del menor se decide en función de su situación familiar: ya sea que se le ponga bajo tutela del Estado o de familiares cercanos, ello implica que pueden ser separados de sus madres por la propia familia o por el DIF (sin perder de vista que en este proceso debe prevalecer ante todo el interés superior del menor, contemplando si las personas a cargo son aptas o no para su cuidado).

Lo más difícil de la maternidad en reclusión es que se cumple una condena doble. Primero, el menor está expuesto a contextos violentos, que normaliza y que lo predisponen a cometer conductas criminales en el futuro ( aunque esto no implica un fatal determinismo). Segundo, a pesar de contar con personal encargado de instruir a los niños en las labores escolares, sus condiciones difieren mucho de la normalidad académica.

Tales complicaciones no terminan cuando las mujeres egresan de la prisión. Ellas son mayormente criminalizadas que los hombres: abundan las noticias periodísticas donde retrógradamente se les estigmatiza como “hienas", "viudas", "seres demoníacos", etc., lo que provoca que su castigo sea más grave, menos tolerante y más reprochable que el de los hombres. Al salir, cargan con esos estigmas.

Finalmente, estas líneas invitan a reflexionar e indagar más con respecto a la criminalidad femenina, a tomar en cuenta el contexto de las mujeres que delinquen. Y, sobre todo, a cuestionar por qué no se han apoyado ni implementado investigaciones en torno a este tema y a su análisis multifactorial, para establecer, a grandes rasgos, muchas de las causas por las que se deriva la conducta criminal. Cabe aclarar que esto va más allá de solo la lucha de género.







Ilustración: Nirvana Guerrero

Mariluz Sánchez Méndez

Licenciada en Criminología y Criminalística por la Academia Internacional de Formación en Ciencias Forenses, cuenta con un diplomado en Criminalística Práctica y Juicios Orales por la misma institución, así como diversos cursos relacionados con las Ciencias Forenses. Ha sido organizadora de diversos eventos, participante en concursos de investigación criminológica, conferencista y Coordinadora de Ciencias Forenses en ATNAJU CDMX.