CRÓNICA FICTICIA: LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN O LA MEJOR MANERA DE SILENCIAR AL MUNDO


Por: Alberto I. Gutiérrez


El Dr. Max Eder detestaba perder el tiempo, sabía que la mente humana promedio solo podía retener menos del 10% de la información de una conversación, una conferencia o una ponencia, en consecuencia, el resto de los datos iban a parar directamente a las arcas del olvido, de ahí que se le hiciera innecesario y fútil extenderse en sus exposiciones, caracterizadas por su brevedad. "El tiempo es vida, pero sobre todo dinero" esa era la frase insignia, quizá cliché, con la que él solía comenzar todas sus clases en la Universidad de Harvard, antes de empezar a rayonear la pizarra con tiza. Esta manera tan particular de conducirse, también distinguida por su exactitud y contundencia, le dotaron de gran prestigio dentro del submundo de la psicología y de la ingeniería social de la segunda mitad del siglo XX, y era precisamente por estos motivos por los que diversos gobiernos del mundo buscaban su consejo, como un intento de controlar al destino, pues así como la gente común tiene sus oráculos, los gobernantes también tienen los propios, muchos de ellos erigidos en torno a la cientificidad.

Fue a principios de la década del sesenta cuando le invitaron a una pequeña reunión a las afueras de la ciudad de Washington para responder algunas interrogantes de los principales mandatarios del mundo, quienes avizoraban tiempos de cambio, tiempos de gran agitación social. Su principal inquietud era el tema de la libertad de expresión, que empezaba a resonar en las sociedades más avanzadas de aquel momento, despertando tres de los mayores miedos de toda figura de poder: la posibilidad de perder el control sobre la población, una modificación del statu quo que contravenía a sus intereses, así como un freno a la ambición, a la sed de lucro. Estas señales o aspiraciones de emancipación por parte de las masas, cuyos orígenes podían rastrearse desde los ideales de la Revolución Francesa, se trataba de una situación eminentemente ansiógena para diversos políticos, sobre todo porque el exterminio de opositores se volvería algo insostenible con el pasar del tiempo, una solución que podríamos tildar de poco elegante en términos civilizatorios. En consecuencia, ¿qué hacer ante este escenario que requería una respuesta inmediata por parte de los poderes fácticos?

Para esto, el Dr. Eder tenía algunos comentarios para dicha interrogante, situación de la que ya tenía conocimiento desde hacía muchos años tras monitorear minuciosamente las conversaciones e inquietudes políticas de sus estudiantes, y tras consultar diversos medios de comunicación de la Unión Americana, tanto de derecha como de izquierda, ésta última una noción irrisoria al final del día, porque los que no son de derecha aspiran a serlo valiéndose de diversos medios como recurrir al discurso igualitario. La solución que consideró más prudente o elegante a la cuestión de la libertad de expresión era que en lugar de callar bocas, cercenar lenguas y desaparecer a los disidentes como solía hacerse abiertamente en los regímenes tercermundistas, era justamente hacer todo lo contrario, dejar que la gente hablara al mismo tiempo, de forma simultánea.

Tras varios experimentos realizados en diversas universidades de Norteamérica y del oeste de Europa, el académico obtuvo resultados que no dudó en exponer en la reunión antes mencionada, algo que hizo de manera breve y concisa, un aspecto que siempre es agradecido por cualquier figura de poder. El Dr. Eder les comentó que tras múltiples pruebas pudo demostrar las ventajas de lo que él llamaba coloquialmente "dejad hablar”, ejercicios que consistieron en ofrecerle un tema distractor (relativamente inocuo en términos económico-políticos) a un determinado auditorio, para después solicitarle a los presentes que externaran su opinión en voz alta, al mismo tiempo, sin freno alguno e inclusive podrían debatir con la persona más cercana.

Una vez iniciado el ejercicio, se podía constatar una dificultad para la comprensión de los mensajes del público, aunque era posible identificar el surgimiento de ciertos errores lógicos o de argumentación (algo que más tarde sería conocido como sesgos cognitivos y cuyos principales exponentes fueron Daniel Kahneman y Amos Tversky) tales como la polarización o la aparición de facciones, acciones imitativas, posicionamientos a partir de nula o escasa información, el predominio de emociones en detrimento de la racionalidad y la presencia de comentarios negativo-agresivos. Una vez que los ánimos habían alcanzado un punto de tensión, el Dr. Eder intervenía abruptamente, y en una actitud paternal-autoritaria les hacía ver el caos, la desorganización y los horrores dichos por los presentes, demostrándoles así que la libertad de expresión disponía de una faceta terrible que contradecía los principios básicos de civilidad, por lo que era menester ser vigilada y cuidada por todos. El experimento finalizaba con el académico tomando la batuta de la actividad para después dirigir la palabra a cada uno de los asistentes, imponiendo él las reglas del juego.

A partir de estas observaciones, el investigador sugirió que, de llevar el ejercicio a una proporción colectiva mayor, éste permitiría obtener resultados similares a los de las sociedades del silencio o de la censura. Su propuesta de "dejad hablar" y su modalidad paralela "dejad que escriban sus opiniones", permitirían la continuidad del control poblacional a partir de la distracción, la saturación informática y la culpabilización, ahogando los argumentos comprometedores o relevantes en ese vasto océano de opiniones desinformadas, mientras se justificaba la aplicación de medidas restrictivas a la libertad de expresión. Asimismo, señaló que no debían omitirse otros métodos de control, como el aniquilamiento de opositores, pues como se dice popularmente en el ámbito de las inversiones, uno no debe meter todos sus recursos a una sola canasta, sino a varias para poder garantizar rendimientos o bien, disminuir las posibilidades de pérdida.

La reunión concluyó como estaba previsto, los mandatarios estuvieron de acuerdo con los planteamientos del académico, para posteriormente idear medidas encaminadas a lidiar estratégicamente con la libertad de expresión. Hay que anotar que el aparente "empoderamiento de la opinión de las masas" tuvo ciertas limitaciones para su arranque en la segunda mitad del siglo XX, sobre todo por cuestiones tecnológicas que constriñeron sus alcances, pero quién diría que las observaciones del académico encontrarían su máxima expresión en las redes sociales surgidas a principios del nuevo milenio, en las que el "dejad opinar" adquiriría una dimensión insospechada, nunca vista. El Dr. Max Eder no pudo ver su planteamiento completamente en acción, pues un infarto le arrebató la vida a principios de la década de los ochenta, pero es seguro que su propuesta nos acompañará hasta el final de nuestros días, tanto a nivel personal como social, dejando una huella imborrable de cómo el habla y la escritura excesiva se convirtieron, paradójicamente, en la mejor forma de silenciar al mundo.


Ilustración: JUAN CARLOS CEJA

Acerca del autor

Alberto I. Gutiérrez (San Luis Potosí, México) estudió la licenciatura y la maestría en Antropología social en su ciudad natal. Su interés académico ha estado orientado a reflexionar sobre el pensamiento de mercado, y actualmente escribe textos literarios con el fin de abordar diversas temáticas que experimenta la sociedad contemporánea. Algunos de sus escritos han sido publicados en revistas literarias digitales como Nocturnario, Tabaquería y Monolito.