LA TOMA DEL CAPITOLIO PREFIGURA EL FIN DE LA REPÚBLICA.

Por: Joaquín Castro

Las imágenes de una turba irrumpiendo en un inmueble gubernamental, profanando estatuas, añadiéndoles aditamentos que no les son propios para posar con ellas e incluso hurgando y sustrayendo objetos, son reminiscentes de los colapsos de reinos e imperios, así como de la iconografía usada para ilustrar tales derrumbes.

Estas escenas fueron las que se observaron el 6 de enero en la toma del capitolio por parte de los seguidores de Trump, donde una protesta devino en toma de las instalaciones, y entre otras cosas se colocó una gorra MAGA y una bandera “Trump 2020” en la estatua del expresidente Gerald Ford, se entró en la oficina de la Presidenta de la Cámara de Representantes y se robó el atril usado para deliberar.

Las imágenes fueron semejantes a la marcha sobre Versalles en tanto que fue una irrupción forzada, a las representaciones iconográficas del asalto al Palacio de Invierno realizadas por Lukin y Polyakov en tanto que se muestra la interacción con entes ajenos, al saqueo de Roma en su profanación de símbolos y toma de objetos; sin embargo, es una última semejanza a otro evento la que es realmente reveladora, su parecido a los intentos fallidos de golpe de Estado en la República Alemana de la primera pos-guerra.

Estos eventos fueron parte de las convulsiones que acompañaron el termino de los regímenes políticos en cuestión, ello no implica que nos estemos acercando al final del sistema democrático estadounidense, pero podría estarlo sugiriendo. Los disturbios son comunes y su aparición no significa el inminente desplome de un Estado, pero cuando tomamos en cuenta otros factores y procesos presentes en el panorama norteamericano la imagen se torna inquietante.

Lo ocurrido no fue un fallido golpe de Estado, careció de los elementos que conforman uno, no obstante la toma del capitolio tuvo componentes que se le parecieron y eso expresa bastante. La presencia de grupos de extrema derecha como los “Proud Boys” (que cuentan con un ala paramilitar) representa el creciente protagonismo e importancia de este tipo de grupos, mientras que la presencia de adherentes de la teoría conspirativa de “QAnon” evidencia la propensión a la propagación en este tipo de narrativas.

Las organizaciones paramilitares de ideología ultra-derechista como el “Movimiento Boogaloo”, los “Three Percenters”, o los “Oath Keepers” se han ido configurado en años recientes y se han introducido a la política realizando movilizaciones y chocando contra grupos como Antifa en diferentes protestas; entre sus filas cuentan con militares y veteranos de guerra.

Grupos paramilitares proliferaron en la República Alemana después de la Primera Guerra Mundial, estos fueron usados para reprimir sublevaciones del radicalismo socialista. Dichas organizaciones contenían una cantidad importante de excombatientes del conflicto recién terminado y posteriormente se introdujeron a las filas de las SA (una especie de ejército del partido nazi).

La ideología radical nacionalista y conspiracionista no está alejada de los primeros golpes contra la republica alemana, tales como el golpe de Kapp en 1920 o el putsch de la cervecería en 1923. Pero aquí se introduce una diferencia extremadamente relevante entre la toma del capitolio y estos intentos de golpe: la ausencia de liderazgo. Ambos intentos de golpe en Alemania no fueron simples manifestaciones devenidas en toma de una instalación, fueron planes medianamente bien planeados con objetivos claros y redes de complicidad que finalmente fallaron, eso estuvo ausente de los eventos en el capitolio.

El elemento paramilitar y conspirativo estuvo presente en la irrupción en las instalaciones del Congreso, pero sobre todo de forma latente, las imágenes muestran acción desorganizada y envalentonada por la inesperada victoria de su impulsiva acometida, sin saber que hacer dentro de un recinto al que acababan de infiltrarse, es en este punto donde el parecido no es con respecto a la republica alemana sino a la Marcha sobre Versalles, cuando la muchedumbre entro sin idea clara de que hacer y su carácter amenazador no se desplegó plenamente.

Parece ser que lo acontecido en Estados Unidos es la mezcla entre ambos sucesos, talvez no indicadora de un próximo golpe, aunque si de un próximo colapso democrático, de una “revolución desde la derecha”. La espontaneidad desorganizada de los acontecimientos y sobre todo lo improvisado de las acciones apuntan a sublevación poblacional, mientras que la presencia de grupos paramilitares sugiere actividad reaccionaria e ideología intolerante de derecha extrema. Una revuelta con cierto grado de aprobación popular y métodos violentos aunque con mayor organización que la actual podría generarse. Es este el elemento ausente, la organización.

Lo que vimos fue a un presidente con objetivos personalistas instigando a una muchedumbre a realizar acciones confrontativas, y una multitud radicalizada que sin una clara ruta de acción se lanzó con fuerza desmedida al choque contra la policía. Trump no está preocupado por construir un Estados Unidos racialmente homogéneo o destruir una supuesto “deep state”, es un farsante con un ego enorme al que no le interesa lanzar al combate a un conjunto de personas fanatizadas. El silbato fue sonado por alguien que no buscaba a la criatura para que realice su fantasía; sin embargo la criatura estaba ahí y salió. Esta vez desorganizada y sin liderazgo, la próxima pudiera venir organizada y con un líder con los objetivos de sus seguidores. El resultado podría ser diferente.




Ilustración: BELÉN YÁÑEZ

Acerca del autor

Joaquín Castro es licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la UNAM, maestrante en Estudios Políticos y Sociales en su alma mater. Estudia procesos y conflictos entre grupos a nivel nacional e internacional. Se especializa en las dinámicas de hegemonía y dominio entre los Estados del mundo. Realiza prospectiva político-social sobre la forma del orden global.