El poder de las mujeres y la transformación


Por Georgina Quintero


Yo no deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas

Mary Wollstonecraft


Las mujeres ha sido vistas como signo de debilidad, del mal, de lo que hay que excluir y destruir. Durante centurias se consideró que las mujeres no podían ser autónomas ni tomar sus propias decisiones, ni mucho menos tener la inteligencia suficiente para hacer aportaciones al arte, la ciencia, literatura. El único criterio por el que las mujeres se medían: qué tanto podían servirle al varón. Una situación de subyugación que parecía no tener remedio.

Los indicios del poder y reconocimiento de las mujeres se pueden rastrear en la religión. Diría el historiador francés  Jacques Le Goff: en la Edad media, el reconocimiento de mujeres como religiosas, imágenes de las vírgenes, de las mujeres consagradas al Dios cristiano. Así, durante el medioevo se le da un gran estatus por primera vez a las mujeres consagradas a la religión; en cambio, las que se atrevieran a desafiar a el statu quo eran consideradas brujas y carecían de valor alguno. El reconocimiento de las mujeres dependía de que se adhiriesen a lo divino del cristianismo.

 

El poder de las mujeres resuena al tener acceso a las pócimas de curación a lo largo de la Edad Media. La cacería de brujas no es algo demoniaco, ideado para la expulsión del mal como lo han pintado el cine y la televisión. Durante los siglos XV y  XVII se persiguió a las practicantes de herbolaria, partería, abortos. El control sobre el poder de las mujeres sabias, dispuestas a desafiar el poder hegemónico, fue bautizado como la cacería de brujas. Las mujeres más sospechosas de brujería, de tener pacto con el diablo: las que permanecían solteras, vivían solas, no tenían marido ni hijos.

 

El arribo de las mujeres al poder político nace a la sombra de la Revolución Francesa y los Derechos del hombre y el Ciudadano: estos derechos fueron concebidos para varones blancos, burgueses; las féminas jamás fueron contempladas. Olimpia de Gouges y Mary  Woltonscraft  irrumpieron para que las mujeres accedieran a los mismos derechos que los varones, incluyendo el derecho a participar en el poder político.

 

A finales del siglo XIX, nace la disputa de las mujeres para tomar el poder político; coincide con su lenta escolarización y aceptación  en las escuelas. Pudiera pensarse que que una mujer candidata a la presidencia de los Estados Unidos es un hecho reciente (Hillary Clinton en el 2021), pero ya Victoria Woodhull,  de tan sólo 33 años, había aspirado a esa cargo en 1872.


En México, a principios del siglo XX, tiene origen la lucha encabezada por mujeres como Hermila Galindo por el acceso de las mujeres a los cargos públicos y a poder ser electas. Para 1979, Griselda Àlvarez se convirtió en la primera gobernadora de Colima.

 

Ha sido un camino tortuoso, sin descanso, el acceso femenino a espacios tradicionalmente masculinos. Se tiene que enunciar con todas las letras: ser mujer es una condición de desventaja.  El feminismo ha luchado por el reconocimiento de la humanidad de la mujer, de afirmar lo que la sociedad machista le ha negado. Tampoco se trata de decir que ser mujer es sinónimo de ser un ser angelical, incapaz de romper un plato y libre de pecado.

 

Seguir en el adoctrinamiento de modas es peligroso y aventurarse puede traer malos presagios. Está en boga lo del empoderamiento de la mujer y hoy más que nunca es necesario; se ha dicho hasta el cansancio que es tiempo de las mujeres. ¡Cuidado! Puede esconder detrás un discurso de legitimación de lo peor. ¿Cómo?Al servirse del discurso feminista, del feminismo blanco, existe la falsa creencia de que por ser mujer se merece toda la miel del mundo y se permite lo que sea para obtener posiciones. Llegan mujeres a la política, apadrinadas por hombres, que recurren a las armas más sangrientas y letales del patriarcado: la competencia y la trampa. Carecen de perspectiva de género, no velan por las mujeres en situaciones desfavorables, ni son agentes reales para combatir la violencia de género. Las mujeres que velan para sí mismas en primer lugar y en el último lugar, denominándose feministas, presumiendo de haber llegado lejos, repiten los vicios del patriarcado.  Éste disfuncional sistema es replicado también por mujeres que no se cansan de gritar ser empoderadas y todo el mundo les debería aplaudir; se creen salvadoras y un ejemplo para otras mujeres, porque han llegado a espacios importantes, visibles, de poder y toma de decisiones, pero son la encarnación de lo que no debe ser: opresión, falsedad, oportunismo. No deberían hablar a favor de las mujeres menos favorecidas y de los grupos subalternos de la sociedad.

 

El término empoderamiento está demasiado manoseado: se le adjudican propiedades místicas acerca de todo lo que debería conseguir una mujer para ser alguien en la sociedad patriarcal. Se llega a ver con desprecio a las mujeres del espacio privado-amas de casa-, porque se da por sentado que no se empoderan, no tienen decisiones propias y que son unas “desdichadas” por no estar en el espacio público. Hay mujeres que pese a haber ido a las aulas universitarias deciden ser madres y esposas de tiempo completo.

 

Una mujer blanca, occidental, de la realeza que tuvo el poder durante 7 décadas, acompañó a ministros como Winston Churchill y Margareth Thacher, ha sido la reina Isabel II. Algunas voces han dicho que es un ejemplo para las mujeres. En algún sentido sí es un ejemplo: uno del feminismo blanco, de estar al frente de la Corona  tantas décadas y que haya sido un ícono de la cultura popular, saliendo hasta en “Los Simpson”. Fue partícipe de explotaciones al tercer mundo, para seguir acumulando la fortuna de la familia real,  repartida sólo entre su descendencia. Ella tuvo mucho poder y no fue una elección propia, lo heredó. Y también está otra mujer de la realeza en la cultura popular: Lady Di. La reina es una mujer mala y la princesa Diana, una mujer buena en la cultura popular.  En el sentido estricto, esta última sí estuvo alejada de la sociedad, porque no venía de abajo. Habrá tenido su lado humanista , inspirador alrededor del globo, que ha dado para hacer una serie de Netflix sobre su vida. Sin embargo, no debe olvidarse su pertenencia: algo que la mayoría de las mujeres no son, ni quieren ser.

En la política mexicana se sigue repitiendo como mantra: es tiempo de las mujeres. Por primera vez en la historia tenemos un congreso paritario. Sí es un avance y a la vez un retroceso. Avance: nunca en la historia de México había ocurrido eso. Retroceso: no por ser mujer se llega legítimamente al poder para realizar un cambio efectivo. Buena noticia: se tiene el mayor número de gobernadoras en la historia. La mala noticia: algunas de ellas han sido puestas por hombres o ya tienen demasiados años en la política y no han dado resultados, más que para hacerse cirugías plásticas y lucir “juveniles” en plena tercera edad.

Sí hace falta una mujer presidenta de México, elegida por voluntad popular en próximas elecciones presidenciales. Lo que más hace falta: que lleguen mujeres identificadas con las causas del pueblo, que no tengan rasgos mesiánicos, autoritarios y que quieran construir para todos. 2024 queda cada vez más cerca y sería muy responsable votar por candidatas que sí dan el ancho, que tengan perspectiva de género, que no se cuelguen del movimiento feminista y que tengan consciencia social para no gentrificar una ciudad. De lo contrario, la complicidad estará en votar por mujeres que no quieren un cambio ni de sistema o de amo. Conclusión: no voten por alguien únicamente por ser mujer, independientemente del partido al que pertenezca. El poder en las manos de mujeres equivocadas puede oprimir igual o peor de fuerte que el poder sin llenadera de un varón. 


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Georgina Quintero